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domingo

El peso de los medios y la legitimidad social





por agustín garone

Si algo quedó evidenciado en el proceso que culminó con la derogación de la resolución 125 es el poder que detentan las monopólicas empresas de medios de comunicación. Detrás de un discurso de objetividad y honestidad, se llevan a cabo operaciones políticas en donde la arbitraria agenda mediática se impone como la realidad social. Intentando presentar los intereses propios como si fueran los de “la gente”, los de uno, con slogans que nos interpelan obligadamente definiendo identidades: "Telenueve: somos vos", "TN: Todos Nosotros", dicha agenda se instala como la agenda pública, la cual debiera generarse a partir de la discusión y acción política en el seno de nuestra sociedad. No nos engañemos son los propietarios de estos grandes medios quienes hoy definen los temas públicos prioritarios.

Estimuladas por esta gran máquina mediática, surgieron en las últimas semanas ante una serie de crímenes, distintas voces reclamando “mano dura”, exigiendo, incluso, en algunos casos, la pena de muerte. Desde ya creemos que dedicarle espacio a refutar dichas ideas no hace más que seguir el juego de los medios ya que se habla de la seguridad que ellos definen. Sin embargo, creemos necesario poner de manifiesto la legitimidad social con que cuentan estos discursos. Legitimidad que tuvieron también el menemismo y la última dictadura militar argentina, pero aquí claro está ya hablamos de otra definición de seguridad y de otros miedos.

Como se encara el asunto es un cuestión ideológica

A pesar de lo que digan la derecha posmoderna y, lamentablemente, algunos sectores que se autodenominan progresistas, la lucha de clases sigue vigente. Y esto mal que le pese a Gabriela Michetti quien afirmó que "eso es de otra época, ya pasó de moda", durante un programa televisivo dominical en donde -para que dimensionemos el complejo estado de las voces autorizadas de los programas periodísticos- Gerardo Rozín vendría a ser algo así como el joven Marx en persona.

La definición de un problema social y la forma de encararlo, es decir, las políticas a desarrollar para su resolución, nos ubica irremediablemente en una posición con respecto al pueblo, con respecto a las clases sociales, con respecto a un proyecto político.

En nuestro país, al igual que en toda Latinoamérica, se desarrollaron durante décadas políticas neoliberales que dejaron como resultado no solo el empobrecimiento material y cultural de nuestro pueblo sino también una sociedad desintegrada y fragmentada.

Como podemos imaginar la desregulación social, la inseguridad social, las desigualdades y marginaciones que sufre gran parte de la población, no tardaron en generar situaciones de disconformidad y violencia. Ante este escenario, lo más sensato sería poner en marcha dispositivos que permitan la re-inclusión de aquellos que quedaron afuera. Sin embargo, la respuesta del estado es “mano dura”, más cárceles y penas más duras (incluso la muerte). De esta manera, se criminaliza la pobreza.

En una época caracterizada por vínculos débiles, miedo al otro, corrosión de la confianza y del compromiso mutuo tiene lugar una concepción del `otro´ como diferente y peligroso. Como dijo la viuda del entrenador personal del mediático Guillermo Cóppola mientras encabezaba un acto exigiendo seguridad tras el brutal asesinato de su marido: "La causa de esto no es la pobreza, el problema es que ellos tienen otros valores". Así, en un mismo paso los sectores más desfavorecidos son caracterizados como poseedores de valores, como mínimo, inferiores y a la vez se borra la situación de clase, naturalizando la desigualdad. La misma operación se repite en discurso de Lanata (una suerte de referente del progresismo de café) en el título de su columna: "Si somos como ellos, estamos perdidos". Este discurso fascista se encuentra esparcido en las distintas capas de la sociedad.

Mano dura

Desde los sectores de derecha, asumidos o no, se pretende instalar, de la mano de los medios de comunicación, la percepción de que el problema central que vivimos hoy en nuestro país es la (in) seguridad. Quien pasaba el día mirando televisión durante los meses del conflicto con el campo bien podría haber afirmado "por suerte, en estos días de conflicto con el campo no ocurren más asesinatos" o tal vez "por suerte, se resolvió rápido el problema de la seguridad vial". Fueron cien días de bombardeo mediático, mañana, tarde y noche. Parecía que en nuestro país sólo existían productores agropecuarios (pequeños y medianos). Otra vez, la operación: presentar los intereses propios como los de todos Hoy la estrategia de la derecha es alimentar la sensación de inseguridad. Elisa Carrió, como otras destacadas figuras de la oposición, que saben mover rápidamente las fichas del juego mediático, declaró: "El único problema fundamental del país es la seguridad". Las propuestas de estos sectores no consiste más que en oponerse a todo lo que suceda y barrenar sobre cualquier ola mediática. Pero qué podemos esperar de aquellos que defienden a capa y espada el modelo liberal y las libertades individuales.

Después de tres décadas de neoliberalismo, de acentuación de las desigualdades sociales hay quienes no quieren hacerse cargo de haber vivido y usufructuado ese proceso. Acá hay que ser claros, los que ponen el foco de las relaciones sociales en el tema de resolver la "seguridad", y como si esto se consiguiera de la noche a la mañana, no están pidiendo más que “mano dura” que, no hay que olvidar, siempre recae sobre los sectores más desprotegidos. Difícilmente encerrando más personas, y cada vez más jóvenes, o matándolos, se va a solucionar algo.


marzo 2009

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