"Seamos libres, lo demás no importa nada" Libertador General San Martín

sábado

Hijo de India

EL OTRO SAN MARTÍN

Hugo Chumbita

Hace tres años, al cumplirse el 150º aniversario de la muerte de José de San Martín, la revelación de documentos inéditos acerca de su filiación sorprendió a muchos e indignó a algunos. En un libro de memorias que se halla en poder del genealo­gista Diego Herrera Vegas, y que dimos a conocer en julio del 2000 en un suplemento del diario Clarín, doña Joaqui­na de Alvear declara que San Martín era hijo natural de su abuelo, el brigadier español Diego de Alvear, y de una indígena de Yapeyú. Este documento no hacía más que confirmar la tradición oral que ha circulado durante varias generacio­nes por varias ramas de la familia Alvear y otras familias porteñas, y coinci­de con otra tradición popular de la región de las antiguas misiones jesuíticas, según la cual Rosa Guarú, la nodriza guaraní de San Martín, fue su verdadera madre.

La tesis sobre el tema, que presenté en el Congreso Internacional Sanmartiniano reunido en Buenos Aires en agosto del 2000, simultáneamente con la difusión de la novela históri­ca Don José de García Hamil­ton que aludía al mismo asunto, provocó una airada reacción del Instituto Sanmar­tiniano, cuyo presi­dente rechazó lo que consideraba una conspira­ción subversiva "indigenista". Por otra parte, frente al planteo que formulamos a una comisión del Senado para realizar el análisis del ADN de los restos de San Martín, el enton­ces presiden­te de la Repúbli­ca Fernando de la Rúa, en su discurso del desfile militar del 17 de agosto, ratificó la filiación "oficial" del Padre de la Patria, asegurando que se manten­dría "la invio­la­bili­dad de sus cenizas".

En un libro publicado al año siguiente, El secreto de Yapeyú, expuse las evidencias sobre el origen mestizo del Libertador, concor­dantes con numero­sas afirmaciones de testigos de la época como Alberdi, Olazábal, Vicuña Mackenna y Pastor S. Obligado. Quienes lo conocieron de cerca, observa­ron su aspecto de criollo mestizo y oyeron de sus labios manifesta­ciones inequí­vocas en tal sentido. Ésta sería la explicación de su inespe­ra­do retorno a América en 1812, con la ayuda de la familia Alvear, así como el fundamento de sus concepciones americanistas y de solidari­dad con los pueblos autóc­tonos.

La cuestión del origen de San Martín puede acla­rarnos muchos aspec­tos de su personalidad, de su carácter reservado y a veces enigmático, y también de su forma de concebir la revolu­ción emanci­padora. Por eso resulta oportuno añadir aquí un testimo­nio más a los ya difundidos.

El diario de Mary Graham

Mary Graham, viuda de un capitán de marina británico, residió en Chile entre 1822 y 1823. Allí mantuvo una relación íntima con Lord Cochra­ne, el almiran­te de la flota que secundó la campaña libertadora al Perú, encum­brado agente inglés y audaz mercenario con el que San Martín tuvo graves enfren­tamien­tos. Aprove­chando el trato directo con los prota­gonis­tas, ella trazó en su diario personal una vívida y aguda sem­blanza del momento histórico, de la que vale la pena resca­tar algunos pasajes.

El manuscrito original de sus apuntes, descubierto en 1960 en una librería de San Francisco de California, fue incorporado a la "Colec­ción Héroes y Tumbas" de Chile. Un fragmento del mismo, fotografiado y trans­cripto en un libro reciente, De Don José de San Martín (Editorial Barros Browne, Santiago, 2000), dice tex­tualmente: "En Sudamérica, se considera a San Martín como de raza mixta" (mixed breed). Más adelante lo describe: "Es alto y bien constituí­do, tiene una apuesta e inteligente prestancia pero sus ojos oscuros y grandes tienen una expre­sión muy singular, quizás debiera decir sinies­tra".

Mary Graham había publicado su Diario en Londres, en 1824, que luego fue traducido y editado en Madrid en la Biblioteca Ayacucho (1916). Esta versión comienza con un "bosquejo histórico" donde la autora, al referir­se a San Martín, acota en una llamada al pie: "nunca he podido averiguar con exactitud ni el lugar de su nacimiento ni su verdadero parentesco".

En los capítulos siguientes, el relato cronológico registra la conmo­ción que suscitó el arribo de San Martín a Chile en 1822, de vuelta del Perú. El 15 de octubre ella recibió en su casa de Valparaíso una comitiva encabezada por el gobernador Cente­no, "acom­pañado de un hombre muy alto y de buena figura, sencilla­mente vestido de negro, a quien me presen­tó como el general San Martín".

Mary Graham hace un elocuente retrato del visitante. "Los ojos de San Martín tienen una pecu­liaridad... Son oscuros y bellos, pero inquie­tos; nunca se fijan en un objeto más de un momento, pero en ese momento expre­san mil cosas. Su rostro es verdade­ra­mente hermoso, animado, inteli­gente; pero no abierto. Su modo de expre­sar­se, rápido, suele adole­cer de oscuri­dad; sazona a veces su lenguaje con dichos maliciosos y refranes. Tiene grande afluencia de palabras y facili­dad para discurrir sobre cualquier materia."

Ella veía en el temperamento de aquel hombre una extraña contradic­ción entre el "deseo de gozar la reputación de libertador y la voluntad de ser un tirano". Dada la enemistad de San Martín con Cochra­ne, era inevi­ta­ble que en el ánimo de la amiga íntima del almirante influ­ye­ran prejui­cios adver­sos.

La conver­sación de los circunstantes giró sobre algunos temas filosó­ficos y religio­sos, y al parecer tanto San Martín como Centeno se burlaron por igual de "frai­les, protes­tantes y deístas". Siendo ella protestan­te, interpre­taba que la sagaci­dad de San Martín no podía dejar de advertir "lo absurdo de las supersti­ciones romano-católicas", aunque por razones de Estado las había debido acatar exteriormente en su vida públi­ca, y ello le inclinaba al más absoluto escep­ticis­mo.

Prosiguieron comentando las causas de la revolución en Sudamé­rica y, tras una breve interrupción para tomar el té, San Martín habló de medici­na, lenguas, climas, enfermedades, "y por último sobre anti­güedades, principalmente del Perú". Lo que Mary Graham denomina así, con cierta ligereza, eran sorprendentes historias del mundo andino, de caci­ques, momias y monumentos incaicos, por los que el Liberta­dor se mostraba fascina­do.

Pero a ella le interesaba más la política y las causas de su partida de Lima, acerca de lo cual San Martín contó que solía disfra­zarse de paisano para visitar las fondas y oir las charlas calleje­ras sobre él. Cerciorado de esta manera "de que el pueblo era ahora bastante feliz y no necesi­taba ya su presencia", pudo dar por cumplida su misión. "Sólo había traído consigo el estandarte de Pizarro", que era como el signo de la autoridad del Perú, desplegado en numerosas guerras de la época colonial: "yo lo tengo ahora" exclamó, irguiéndo­se cuan alto era.

Mary Graham hacía un balance crítico de la entrevis­ta. No creía que San Martín hubiera leído mucho, ni siquiera a los autores que citaba. Por debajo de sus modales elegantes y su habilidad dialéctica, la parecía ver en él miras estrechas y egoístas, y en sus ideas filosóficas, "simples máscaras para engañar al mundo". "Su falta de corazón y de sinceridad, que se revelan aún en un rato de conver­sación, cierran las puertas a toda intimi­dad y mucho más a la amistad".

Todo esto es discutible. Si bien San Martín no era un erudito en la cultura europea, habría que recordar al menos que acumuló en Cádiz una biblio­teca de cientos de volúme­nes donde resaltaban los clásicos de la ilustra­ción francesa, insólita en un joven militar como él, y no sólo embarcó esa pesada carga hacia América, sino que la llevó consigo en las expediciones a lo largo del conti­nente, donando una parte para formar la Biblioteca de Mendoza y el resto para fundar la Biblioteca Nacional en Lima. Hubo uno, entre todos esos libros, que valoró especialmente, tanto que en 1816 promovió una suscripción pública en Córdoba para reeditarlo, y en 1819 urgía por carta a Tomás Guido que le enviara un ejemplar junto con las armas y pertre­chos para el Ejército de los Andes: Comen­tarios Reales de los Incas de Garcilaso de la Vega, un texto que rescata­ba las sabias instituciones de la cultura incaica, y que había sido prohibido por los realistas después de la rebelión de Túpac Amaru.

La afición del general por las "antigüedades" del Perú, y su orgullo por haber arrebatado el estandarte a los sucesores de Pizarro, eran cosas que Mary Graham, aún simpatizando con la revolución independentista, no alcanzaba a comprender en su profundo significado. Las procla­mas de San Martín en aquellas campañas, dirigidas a los peruanos en quechua (que ella, claro, no sabía leer), expre­saban el ideal de liberar a todos los pueblos america­nos, incluso a los indios: era el proyecto de la igualdad y la fraternidad en concreto. Algo que San Martín sintió intensamente, y hasta hoy, después de casi dos siglos de oculta­mientos y traiciones, sigue dando sentido pleno a la causa de la emanci­pa­ción de América.

www.hugochumbita.com.ar
Fuente:Publicado en www.ARGENPRESS.info, 15 agosto 2003

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