De la estrategia continental y la conducción política
Probablemente, no sean más que dos las interpretaciones canónicas de don José de San Martín, ambas parte de la gigantografía heroica de la Patria Argentina. En una San Martín fue un genio militar, en otra fue un incólumne referente moral. Menudo problema tenemos si conocemos que la experiencia militar de San Martín en España provino de los maestros del teórico de la guerra Von Clausewitz, de quien sabemos de memoria una de sus máximas: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Entonces, si fue un genio militar, también lo fue políticamente, y si fue padre de algún tipo de moralidad pública, jamás dejó de estar al servicio de cierta doctrina y práctica políticas.
Seamos directos: San Martín trasmuta al Plan de Operaciones rioplatense en una estrategia continental de independencia. Mal que nos pese, el plan de Mariano Moreno buscaba conservar la estructura productiva del Virreinato en crisis: recuperar las “colonias de segundo grado” que Buenos Aires atesoraba en las riquezas mineras de Potosí. Advertido de la voluminosa presencia realista en el Alto Perú, de la imposibilidad de avanzar en esa dirección por la básica dificultad del aprovisionamiento militar en su camino, en 1814 San Martín delega el Ejército del Norte a don Martín Miguel de Güemes bajo una táctica defensiva de contención, y comienza a elaborar una estrategia militar “de pinzas” que planteaba cruzar a Chile y desde allí ingresar por mar a Lima para el avance final sobre las tropas del rey. Esto en un marco de liberación de Fernando VII y ofensiva por la restauración absolutista en la región. Así se comprende su conmovedora sentencia: “seamos libres, lo demás no importa nada”. Sin la resolución de esa “contradicción principal”, agobiante en su acecho de lo real, no era posible imaginar un poder central en Buenos Aires, tampoco la acción autónoma de las montoneras de Ramírez y López, y mucho menos era viable la democracia agraria del artiguismo oriental.
Frente a este mosaico de autonomías provinciales en disputa y de un conservador poder central porteño que sólo quiere volver al Virreinato potosino, San Martín logra conducir al conjunto de las Provincias Unidas del Sur en dirección a esa estrategia política: financiar al futuro ejército de los Andes, abandonar la legitimidad política virreinal la “máscara de Fernando”- en el Congreso de Tucumán de 1816 y asegurarse con autonomía la base de construcción político-militar. Su gobernación de Cuyo 1814-17 va en este último sentido; desde allí construye las fuerzas del Ejército de los Andes, con chilenos emigrados tras la derrota en Rancagua, guaraníes misioneros, gauchos del Interior y negros liberados. Así arribamos finalmente a una faceta de su doctrina política, asentada en esta sentencia de su exilio en 1846: “el mejor gobierno no es el más liberal en sus principios, sino aquel que hace la felicidad de los que obedecen”. Porque desde la gobernación fundamentalmente propugna una política de expropiaciones de los sectores reaccionarios de la elite y promulga la liberación de los esclavos. Se trata de construir el nuevo consenso independentista.
Evocar a San Martín es traer aquí a un genio político-militar de la liberación del yugo imperial, tarea que no habría sido posible sino desde la unidad sudamericana (aquel desde el eje Río de la Plata-Chile-Perú, y Bolívar desde el núcleo Colombia-Venezuela) y con una conducción política que coordinara con sutilezas un proyecto que acumula apoyos y evita las posibles reticencias. Acaso, en nuestra Patria Grande ambos son factores ineludibles para un renovado proyecto popular de liberación.
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