"Seamos libres, lo demás no importa nada" Libertador General San Martín

domingo

Manuel, un nombre de la Revolución








por fernando protto

“Dicen que era como un rayo
cuando galopaba sobre su corcel

y que al paso del jinete,
todos murmuraban su nombre: Manuel”
El Cautivo de Til Til, Patricio Manns

Con este artículo, quiero dar por finalizada mi visión sobre el proceso revolucionario e independentista de Hispanoamérica a partir de 1810. Y continuar con los avatares posteriores de la Historia Argentina y la Latinoamericana.

Es por esto, que he decidido cerrar esta etapa, hablando y preguntando sobre tres hombres que llevaban el mismo nombre. Esta nota la dedicaremos a Manuel Belgrano, Manuel Dorrego y Manuel Rodríguez.

El primero de nuestros personajes, tiene el gran honor de haber creado nuestra enseña patria y nada más que eso, o por lo menos, eso fue lo que nos hicieron creer. Más si tenemos en cuenta, que el día que tendríamos que conmemorar su muerte (20 de junio de 1820) celebramos la creación de la bandera. ¿Pero por qué el General Belgrano solo es recordado en la historia como un abogado que a duras penas se hizo militar?. Que pasaría si recordamos al Manuel economista, creador de escuelas, libertador de indígenas, propulsor de la unidad americana e ideólogo de un país industrial y no solo ganadero. Qué pasaría si recordamos al Belgrano que como era un caballero en la guerra, era también un revolucionario. Si recordamos a ese General, no solo sería un militar, sería un guerrillero y si fuera un guerrillero también sería un subversivo. ¿Por qué dirán ustedes? Porque al padre de la educación (ya que él se dedico a fundar escuelas y desarrollar sus programas) no le interesaba mantener al antiguo régimen español pero tampoco al modelo inglés, quería un modelo de país distinto, que integrara al criollo (al hijo de español en América, como también al mestizo), al indígena, al negro y a todo aquel que buscara un nuevo país. Decía Belgrano en uno de los tantos escritos: “Debemos arder los que nos llamamos americanos y comunicar nuestro fuego a cuantos nos rodean para abrasar al tirano y sus secuaces, y conseguir nuestros derechos con la libertad de la patria”. Este era el discurso de un revolucionario.

El otro Manuel de nuestro interés, es un personaje que ni la historia oficial ni la revisionista, pudieron encasillar en sus obras. El coronel Dorrego era descendiente de portugueses (que a mediados del siglo XVIII era sinónimo de traidor a la corona) y había nacido en Buenos Aires en 1787 (17 años después que Belgrano). En su adolescencia fue un líder nato que se juntaba con los sectores populares de la vieja aldea. Pero para que no se uniera a las ideas extrañas de la época, su padre (que ya le había impedido participar en la defensa de la ciudad de Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807) lo envía a estudiar a la antigua capitanía de Santiago de Chile. Tal vez ese haya sido su máximo error. En el ambiente caldeado de esa lejana ciudad, los gritos de Junta Provisional en Buenos Aires, llevaron a los patriotas de Santiago a presionar sobre el gobernador y conformar un gobierno aliado a los patriotas de porteños y ahí estuvo el joven Dorrego. Ese fue el comienzo de su camino revolucionario, empezó en Santiago y llegó hasta el Alto Perú y a medida que iba peleando, también iba creciendo su fuerza dentro de las tropas. Él no era sólo un coronel era un soldado más, que conocía las necesidades de sus hombres y peleaba junto a ellos. Pero esto también le jugo en contra, primero con los otros oficiales y después con sus superiores (Belgrano y San Martín) que lo adoptaron como su discípulo, pero que lo tuvieron que castigar por su continua indisciplina. Pero esto le permitió ir creciendo, para no solo ser el coronel Dorrego, sino también: el Padre de los Pobres. Esto quedara marcado en el primer número del Tribuno de 1828: “El nombre con que sale a la luz este periódico, sólo puede ser temible para los que grasan con las sustancias de los pueblos, para los que hacen tráfico vergonzoso defraudándolos en el goce de sus intereses más caros;(…)en fin, para aquellos logio-oligarquistas que, sin sacar provecho de las lecciones que han recibido en la escuela del infortunio, perseveran firmes en adoptar los mismos medios de que usaran antaño para dominar, en lugar de proteger; para destruir en vez de crear(…)”.

El último de nuestros personajes une las dos historias podríamos decir, él es: Manuel Rodríguez. Perteneciente a una reconocida pero pobre familia de la capitanía de Santiago, nuestro intrépido joven pudo demostrar, desde un comienzo, que sería un personaje importante de la historia independentista americana y chilena. Nació 1785 y muere en 1818, a los 33 años. Pero en esos 33 años (número tan cargado de simbolismo para los cristianos) su vida fue un cúmulo de sucesos y aventuras. Desde 1811 participó en las intrigas políticas de la región. Se unió a las huestes de los hermanos Carreras (con uno de ellos compartió la escuela primaria), el cual era el sector más revolucionario de la ciudad, pero su propia estrella opacaba la imagen de ellos y la del discreto O'higgins (quien despreciaba al sector de los Carerras). Esto lo genero miles de problemas ante ellos, hasta que conoció a su único jefe, el general José de San Martín, quien le encomendó la tarea de revolucionar y confundir al enemigo. Fue junto a Zapiola su mejor espía, pero también, su mejor guerrillero. Podía vestirse de mujer, cura, mendigo, lo que sea, porque siempre iba a contar con el apoyo de los sectores populares que lo cubrían y respetaban. Pero su momento de gloria, fueron esas horas en que tuvo que ser gobernador de Santiago, ante la derrota del Cancha Rayada. Evitando que los traidores y oligarcas tomaran el poder, creando su guardia y evitando un levantamiento. Ese fue su último acto, al poco de tiempo de la victoria de Maipú, las luchas intestinas de la revolución lo llevaron por un camino que nunca volvió. De él quedo una sola frase que es historia hoy en Chile: ¡Aún tenemos Patria ciudadanos!.

Esta es una breve y escueta biografía de 3 personajes que no pueden ser olvidados en nuestra historia y tampoco ser martirizados. Porque ellos solo fueron unos hombres, que se jugaron por ser revolucionarios, pero sin dejar de ser hombres.

abril 2009

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