por fernando protto
“Una gran obra nunca se comenzó por sus
extremidades. Cuanto más sólidos son sus
cimientos más perfecta es su conclusión.”
Mariano Moreno
“Mi objetivo desde la revolución
no ha sido otro que el bien y la felicidad
de nuestra patria y al mismo tiempo
el decoro de su administración.”
José de San Martín.
“Mi autoridad emana de vosotros y ella
cesa por vuestra presencia soberana.”
José Artigas.
He decidido comenzar este artículo, planteando una interrogante sobre lo que fueron las guerras de independencia latinoamericanas y de donde emanó su legitimidad y representación. A partir del proceso iniciado el 25 de mayo de 1810, la convulsión política que venían teniendo las colonias (desde la crisis que había desatado la invasión napoleónica en la metrópoli) fue tomando un crecimiento tan rápido que los cambios políticos que se producían, eran mucho más rápidos que los que vivimos con la crisis del 2001.
Por eso tenemos que reconocer que lo que se inició en 1810 pasó de un levantamiento a una revolución, producto de los avatares políticos del momento y que llevaron a los sectores ilustrados a participar de un proceso emancipador que no volvería a conocer la américa latina, hasta el siglo xx.
Ahora bien, como este proceso se inició y proyectó más de manera improvisada que planeada, no se planteó una sola idea de cómo debía ser la revolución, sino que a medida que esto se iba construyendo, fueron apareciendo varios modelos revolucionarios, que adaptándose a sus situaciones regionales, sociales y políticas, planteaban nuevas formas de construcción social, ante la caída del viejo imperio español.
Por una lado, tenemos el proceso iniciado por Mariano Moreno, en él vemos la mano del que siente que la revolución no sólo es posible, sino que la única forma de llevarla a cabo es con la pluma en una mano y con el fúsil en el otro. A partir de cambiar las reglas políticas, el grupo integrado por Moreno, Belgrano, Castelli, Monteagudo, los Rodríguez Peña, entre otros, se planteó cambiar desde su nacimiento al viejo sistema español, pero sabían que solo a través de las armas podían imponer sus ideas, tanto a los enemigos externos (las tropas del imperio español y las ciudades que no aceptaron a la junta de buenos aires) como internos (tanto los monopolistas españoles como los comerciantes criollos). Pero como un fúsil sin ideas puede cambiar de bando rápidamente, había que formar no solo al pueblo, sino a los militares y para eso, el estado debía tomar otras iniciativas que solo dirigir a un ejército.
Por eso se fundó la escuela de matemática para los oficiales, el primer periódico estatal que fue la Gazeta y la creación de pueblos y escuelas por donde el ejército pasara. Pero este modelo, que se centralizaba en buenos aires por cuestiones programáticas, encontró más enemigos adentro del propio proceso, que afuera y tuvo su triste fin con la muerte de Moreno.
Ante la muerte de Moreno y Castelli, la prisión de French, Belgrano y el exilio forzado de Monteagudo y otros, el impulso revolucionario pareció detenerse. Pero con la llegada de San Martín al Río de La Plata en 1812, que contaba con una formación no sólo militar, sino también liberal, porque había convivido con las reformas políticas y sociales que había realizado la corona española, le trajo un nuevo aire al proceso que ya se estaba reconociendo como revolucionario, pero que todavía no lo manifestaba abiertamente.
Éste era un modelo distinto, de corte más verticalista y ordenado por la formación militar. Aún así, San Martín sabía que la revolución se hacía con los pueblos y no solo con las clases ilustradas y comerciales.
El fomento de escuelas y bibliotecas, durante su gobierno en Cuyo, Chile y Perú, sumado a la formación de un ejército adiestrado y profesional, caracterizan el proyecto emancipador, que debía contar con una fuerza militar preparada para la defensa del pueblo y del estado, no de intereses mezquinos y particulares. Con una construcción americana más clara que el proyecto morenista (producto que el proceso se termina con la muerte de Moreno), pero similar en la construcción de un gobierno central y fuerte, los antiguos revolucionarios acompañan el nuevo proceso. Pero el comienzo de las guerras civiles, la construcción de un territorio para unos pocos y la falta de una visión latinoamericana del proceso revolucionario, minó la gesta iniciada por San Martín.
El último de los proyectos revolucionarios, sería no solo el más particular, sino también, el antecesor de los movimientos populares del siglo XX. Esta revolución es la encabezada por José Artigas. En base a la jurisprudencia española de la libertad y la soberanía de los pueblos y a su formación política en el federalismo estadounidense, el líder oriental fundamentó su poder político en la legitimidad de su ejército de esclavos, indígenas y criollos pobres y en la legalidad otorgada por el voto popular. El movimiento revolucionario planteaba otra postura a la de las elites criollas de buenos aires y montevideo. No solo era la tierra para el que la trabaja y la libertad de los negros, sino la construcción de un estado con base en aquellos que arriesgan su vida por la libertad. La idea de un ejército de harapos pero ordenado, con un pueblo libre pero educado y un estado grande pero federal, fue contra los intereses de los sectores comerciales (porteños, montevideanos e ingleses) y del imperio portugués (que desde la invasión napoleónica a Portugal se trasladó a Brasil), que se unieron para destruir el proyecto de un estado libre, federal y republicano.
Ninguno de estos proyectos es indiferente entre sí, porque todos tenían como base la intervención del estado para la construcción de los cambios sociales y la necesidad de un pueblo fuerte y educado para sostener el proceso iniciado. Pero los intereses de terceros ayudaron a destruirlos u olvidarlos. Es por eso, que muchas veces el problema no es cómo se hace la revolución, sino quiénes están en contra de la revolución.
febrero 2009
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