por laura alcoba
Anda tan loco el mundo que uno ya no sabe si esta en un régimen que se encamina al socialismo, o si en rigor estamos viviendo en un estado sitiado donde sólo caminan autos blindados. Es que los medios de comunicación con su omnipotencia y presencia avasallante, se avocan a construir una imagen de la actualidad por demás confusa. Según el canal, el diario, el día o la hora, se desvirtúa cualquier escenario posible de lo que sucede en realidad.
Hace unos pocos días ante la “posible” creación de un ente estatal con facultades para intervenir en el mercado de granos, fijando y regulando precios que garanticen rentabilidad a productores y protejan los precios internos, la reacción preventiva, ante la duda, se plasmó en una solicitada publicada por el diario Clarín, y en distintas declaraciones que denunciaban la intensión de un “neo-comunismo obsoleto” o “medidas socialistas” que solo dañaban la imagen del país ante el mundo. Frases trilladas del tipo “una economía que pone en duda su capacidad para cumplir con acuerdos comerciales no es confiable” proferidas en el actual contexto suenan, a nuestros oídos, un tanto marcianas o alocadas. Pues estamos ante una coyuntura donde el emblemático imperio financiero -recordemos el Citibank, principal acreedor y beneficiario del FMI- es estatizado, o donde el otro gran imperio de la producción, la General Motors, declara su quiebra.
Lo que se vuelve a evidenciar es la necesidad imperiosa que se tiene del Estado para el desarrollo -paradójicamente!- del “libre mercado”. Allá y aquí -lejos de no tener ingerencia alguna en la economía- se lo pretende al servicio de los intereses concentrados facilitando la ganancia en las buenas y en las malas… también. Los supuestos “salvatajes” no son otra cosa que remedios a la voracidad financiera, que se regenera y sigue su política devastadora y despiadada.
En nuestro país se afirma livianamente que el Gobierno Nacional se empeña en perjudicar al campo como una especie de capricho o rivalidad insensata. Cuando en realidad, inexorablemente, toda la dinámica económica en nuestro territorio reposa sobre el sector. Esto no significa, en lo más mínimo, que sea el “campo quien hace grande al país” ni mucho menos, es simplemente que en el reparto al que desde hace años asistimos nos tocó tristemente ser el “granero del mundo”. Esto define estructuralmente nuestra economía, condenándonos a perjuicios sociales tales como la desocupación, la miseria y la desigualdad.
En el orden mundial capitalista nuestro país es presa de una estructura económica desequilibrada entre un sector agropecuario exportador de elevada productividad y un sector industrial sin capacidad de competir en el mercado, a no ser que mantenga una moneda altamente devaluada que no significa sino salarios bajos. En este marco es que afirmamos que la intervención al campo es necesaria. Puesto que al guiarse por aquello que define el perfil productivo de la rentabilidad de cada sector, condena al resto de la sociedad -nos guste o no- a la escasez de bifes y leche, y a ver las pampas -y no solo ellas- teñidas de verde soja, de materias primas destinadas a alimentar pollos en la China o cerdos con ciudadanía europea. De este modo, no sólo la seguridad y la soberanía alimentaria de nuestro pueblo se ven amenazadas, sino también, se ocasiona el encarecimiento de la alimentación y, por lo tanto, de la manutención de un trabajador, con lo cual se perjudica el desarrollo del sector industrial.
El reciente acuerdo con las patronales del campo -creemos- no sorprende a nadie. La mesa de enlace representa intereses económicos y -sabemos- se mueve por el bolsillo. En este contexto de incertidumbre mundial nada mejor que cuidar las relaciones con el Estado, el salvador en última instancia.
Es necesaria una lectura de los acuerdos que resalte que el Gobierno Nacional no cedió en la baja de las retenciones a la soja, el maíz y el girasol, priorizando un conjunto de erogaciones que alcanzan 1300 millones de pesos entre subsidios, precio sostén y retensiones en sectores estratégicos (trigo, leche, carne y economías regionales) cuya característica es demandar mano de obra y garantizar la producción de alimentos para consumo interno.
La decisión de mantener las retensiones sobre estos productos radica en la posibilidad de ir mermando la rentabilidad para lograr un posible desaliento de las mismas promoviendo el cultivo de otros productos que favorezcan la diversificación.
Estas cuestiones ponen al descubierto que la clase política “opositora” -en su conjunto- al exigir la anulación de esta medida propone un proyecto para un porcentaje de la población reducido y acaudalado. Un modelo de acumulación de este tipo significa que las posibilidades de crear una estructura productiva diversificada y con capacidad para generar empleo es prácticamente una utopia. Ante tamaño inconveniente, bien valdría la pena que el pueblo tome conciencia de esas aspiraciones y no se torne su propio verdugo ocultándose en una falsa identidad de la “argentina pujante”, con un campo gaucho, de buenas carnes y suelo fértil.
Esta es nuestra realidad en un orden mundial que como ya dijo Karl Marx hace unos 160 años, se topa con su propia contradicción, la sobreproducción por incremento de la productividad mediante el desarrollo tecnológico y el consecuente ensanchamiento de las desigualdades, fruto de la incapacidad de contener la población en el mercado de trabajo e integrarlas como parte de la sociedad de consumo de mercancías. Así nació la voracidad del sistema financiero, delincuencial, ilegal, que no invierte ni genera empleo.
La opción es, por un lado, favorecer, intervenir y fomentar la producción industrial; por otro, lograr un uso de la tierra destinado a la producción de alimentos y a garantizar el uso de los recursos naturales al servicio de un desarrollo equilibrado. De este modo estaríamos contribuyendo a producir los siguientes efectos: creación de nuevos empleos, distribución del ingreso, incorporación de las mayorías al consumo, etc.
Lejos estamos de poder enfrentar una lucha de clase con un 40% de trabajadores en negro, con un índice del 37% de sindicalización de trabajadores en regla, o sea, un valor aproximado de más del 70% de la clase trabajadora desafiliada. A ello debemos sumar la incansable actividad de desacreditación llevada adelante por los medios masivos de comunicación hacia la organización sindical de los trabajadores, no así de las patronales del campo -agudizando las trayectorias de fragmentación de la que ya viene.
Por lo dicho hasta aquí es que consideramos imprescindible generar acciones desde el campo popular que se orienten a reconstruir la unidad, la organización fronteras adentro y en solidaridad con los pueblos hermanos de América Latina, la alianza nacional entre trabajadores, productores de la agricultura familiar, estudiantes e intelectuales, desocupados y movimientos sociales.
Las contradicciones nos atraviesan, nos separan, nos desintegran, y nos obliga a desempolvar la lucha de clases, avanzar sobre los enemigos de un proyecto nacional, popular e identificado con los procesos latinoamericanos. De lo contrario seguiremos presos de un monopolio económico y mediático que pone todas sus fuerzas en la construcción de una cadena que hace equivaler el problema económico-político fundamental de la sociedad con el tema de la inseguridad. Que establece como responsables de la inestabilidad a los jóvenes desplazados, los villanos, los villeros drogadicto, etc..
Desde la difusión sin límites de afirmaciones irresponsables, conservadoras y racistas, pretenden explicar la realidad por la sola publicidad de sus efectos, negando de este modo las causas reales del conflicto.
Parafraseando a la Presidenta lo que necesitamos son nuevas estrategias que propicien además de la distribución del ingreso, la distribución de la palabra.
1-Por mencionar sólo dos casos pensemos en los 7 gremios que conviven en Aerolíneas Argentinas y los 14 en los que se reparten los docentes en la Ciudad de Buenos Aires.
marzo 2009
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